23 enero 2008

North American Wall - 1965 (y Parte II)

El vivac de la Black Cave

El quinto día, Chuck y yo completamos la travesía de granito blanquecino, y abrimos unos sesenta metros por el Black Dihedral, aunque teniendo que volver a recurrir a la dioríta y sus correspondientes problemas de pitonaje y bloques sueltos. El regreso a la Big Sur Ledge se produjo ya entrada la noche. Esta actividad nocturna era casi forzosa debido a lo corto de los días en esta época.

La tensión que reinaba en el ambiente se disipaba con explosiones de risas casi histéricas, y con jocosidades como estas:

_”Hey Yvon!....”
_”Dime Chuck…”
_”Dime que vas a recordar tus pesadillas y yo haré lo mismo, así por las mañanas nos las contamos el uno al otro!..vale?..”


Estos dos hacían una peculiar pareja. Ambos son pequeños, pero Yvon lo es más, así que Chuck tenía la oportunidad de descargar sus frustraciones sobre alguien menor.
Pero, ¿que hacía Yvon en una pared inductora de pesadillas como esta? Si existe alguien con buen ojo para rutas elegantes en paredes estéticas, ese es él. Un alma muy poético, y muy analítico y crítico con las cosas bellas a las que se ha arrancado su valor, o que han sido desvirtuadas. Tiene el tipo de mente de un gran artista, pero a la vez de un pésimo jugador de ajedrez. Malévolamente creativo, Chouinard ha inventado y desarrollado más avances en técnica y materiales que ningún otro. Y ahí estaba, varado en la pared menos estética del valle con tres veteranos del Capitan, y en la que sería su primera escalada en éste risco.

Por otro lado tenemos a Chuck Pratt, que ya tiene escaladas tres grandes rutas en el Capitan, aunque ninguna como esta. Su talento nativo y su modesto comportamiento hacen de él el perfecto compañero de cordada. A la vez que su infinita paciencia y su gran sentido del humor, lo capacitan como gran maestro de escalada y guía. Chuck disfruta tanto en las escaladas duras y severas como en las fáciles, y puede repetir una de ellas muchas veces si le gusta. Como Jack London o Thomas Wolfe, Pratt es un romántico incorregible, y quizás ame la escalada en parte porque, a diferencia de los humanos, las paredes carecen de malicia.

Una ola de calor llegó el sexto día de escalada. Rápidamente abandonamos nuestra cómoda repisa y cruzamos toda la sección de travesía hasta nuestro punto más alto alcanzado. Lo que había por delante era bastante feo. En desplome hacia la derecha teníamos los 120m del Black Dihedral, una sección estremecedora de roca podrida y sucia, de la que, al paso del primero, caían piedras sueltas y enormes bolas de musgo y hiervas. Por suerte, todo aquello iba a parar fuera de nuestro alcance.
Chuck y yo nos ocupábamos del petateo ese día. En ocasiones nos teníamos que soltar y separarnos hasta casi 15m de la reu, para poder subir a prusik directamente al final del siguiente largo. Al anochecer llegamos a la Black Cave, un nicho sin fondo. Allí pasamos varias horas colocando nuestras hamacas de pared y acomodándonos, mientras Tom nos enseñaba con su luz los ciempiés gigantes que reptaban por el techo.
Con la primera luz del día siguiente nos pudimos percatar del increíble patio de nuestro vivac. Teníamos unos 500m de vacío bajo la “cama”. Suspendidos en el espacio cual ropa tendida, colgábamos unos sobre los otros a diferentes alturas. Un mundo opresivo el de la Black Cave. Según desayunábamos a base de salami con queso y nueces mezcladas con confituras, los cirro-estratos comenzaron a cubrir el cielo del valle, y mi mujer, Elisabeth, mediante walkie, nos informó de que habían pronosticado tormenta.

Chuck fue el que se dio el techo, y pasó a base de clavijas para, al salir, guiarse por un dique horizontal de aplita de los que hay por la zona. Totalmente fascinados, veíamos la mitad inferior del cuerpo de Chuck moverse para los lados, a unos 9 metros de nuestros ojos. El pitonaje fue de gran dificultad, y la cuerda auxiliar colgaba con gran separación de la pared. Allí donde morían todas las fisuras, montó la reunión, y nos aseguró en estribos, tras haberse dado el largo más espectacular de toda la escalada americana.
Yo me encargué de limpiar el largo, y me vi obligado a dejar dos clavijas puestas, por lo delicado de la situación.

_”¡Tio, ha sido un largo increíble!...¡que exposición! Enhorabuena!
_”¡Gracias papa!”
_¡No me gustaría nada tener que deshacer este techo!
_¡A mi tampoco!,… Si le damos caña podremos llegar al Ojo del Cíclope!


Chouinard es liberado para ponerse en la vertical y remontar la cuerda fija

A partir de allí todos comenzamos a movernos lo más rápido que pudimos, aunque sin descuidar la seguridad, con tal de no tener que vivaquear bajo una tormenta en la expuesta pared que quedaba por encima. Escalábamos directos y siempre buscando, buscando en todo momento. Buscando agarres para las manos y para los pies, fisuras para poder clavar, y clavijas adecuadas. Y también buscando lo mejor de nuestras cualidades humanas para poder acabar la escalada. Buscando la aventura, buscándonos a nosotros mismos; buscando todos nuestros recursos. Para algunos esto es en definitiva la búsqueda del coraje. Si pudiésemos aprender a afrontar los peligros de una montaña con ecuanimidad, quizá entonces podríamos plantar cara, con calma de espíritu, al escalofriante espectro de nuestra inevitable muerte.


Pero la lluvia llegó antes de que nos hubiéramos puesto a cubierto en el “Ojo del Ciclope”, bien entrada la noche. El “Ojo” es una gran oquedad de la pared, de unos 60m de altura y 10 de profundidad. Esto nos protegía de la lluvia mientras en aire estuviese en calma. La tarde siguiente fuimos serenados por radio, por nuestro colega Mort Hempel, que nos cantó unas extrañas y bellas canciones de folk. Nuestros espíritus se vinieron arriba con aquel exquisito arte de Mort. La lluvia cesó a la mañana siguiente, pero las nubes persistían en el cielo. La predicción era de tres días de tormenta, así que comenzamos con los racionamientos de comida.


Comenzó entonces a escalar Yvon Chouinard de primero. Se movía con la gracilidad de un gato entre lajas sueltas y la oscura roca. La siguiente tirada la dio Tom Frost clavando una travesía a derechas, de unos 15 metros, excepcionalmente severa. Y al final del día, Yvon nos llevó a la parte alta del “Ojo”, con el clásico largo que uno nunca desearía tener que repetir, consistente en una clavada de uves grandes directamente en grandes bloques sueltos desplomados. El retorno a la repisa de vivac, para pasar la noche, supuso toda una aventura lenta y azarosa.

Mientras Chuck y yo preparábamos el vivac al anochecer, amenazadoras y oscuras nubes circulaban por el firmamento cual tiburones de diversos tamaños, veloces tras sus presas. Esa noche, el borde del frente tormentoso se movió hacia el este, sobre California, y a su paso por la Sierra transformó las precipitaciones de lluvia en nieve por encima de los 2.200 m de altitud. Y allí estábamos nosotros sentados en la noche, azotados por el viento y la lluvia.
Las majestuosas turbulencias de aire y agua provenientes del Pacífico, zarandeaban todo el valle, pero estoy seguro de que aquello tan solo supondría una pequeña mancha sobre la superficie terrestre. La tierra, en su giro, tampoco supondría más que un pequeño punto comparada con el sol, uno entre los numerosos soles, miles de veces mayores que esta llameante bola, que nos da la vida en la tierra.
El género humano es verdaderamente insignificante. Y nuestro destino es, de hecho, tener que tragarnos todas estas realidades, y seguir viviendo. Si tan solo pudiéramos encontrarle sentido a esta dura realidad de insignificancia, y aceptar la omnipresencia de la muerte…¿Dónde encontrar ese significado?... Y de nuevo la búsqueda. Y de nuevo nos hayábamos escalando.




La tormenta cesó por la mañana, y entre la niebla, percibimos como la Sierra se había vestido con sus blancos atuendos invernales. Estábamos empapados, y en especial, Tom, que si que había tenido una muy mala noche. Los días previos habían sido de dura escalada, y Tom, siempre de buen comer, había sufrido la estricta dieta astringente que llevábamos.

El parte meteorológico era alentador. La tormenta, en su continuo barrido hacia el este, tiraba ahora hacia el noreste, salvándonos de varios días casi seguros de lluvia y nieves. Ese día escalamos bajo ligeras lluvias, sorprendidos por un continuo desafío. Una escalada de aquella implacable dificultad era una experiencia muy novedosa para nosotros.

Por encima del Ojo del Ciclope, hice travesía de manos hacía la izquierda, desde la reunión colgada que había montado Chuck. Desde ahí, él me bajó en dulfer desde un cordino (puesto en un saliente de roca), y alcancé un rincón desde el que comencé a clavar ascendentemente por debajo de una laja en arco. La fisura era bastante dura de pelar, y aceptaba los pitones de muy mala gana. Progresé mediante rurps, knifeblades y puntas de uve, que entraban en las zonas de más musgo, mientras el agua helada me bajaba por brazos y piernas. En lo alto del arco, un puente con un anillo de cordino (por un agujero de la roca), y un movimiento con un skyhook, me situó de nuevo en travesía de manos a izquierdas. Unos 6 metros más adelante me vi forzado a parar y colocar apresuradamente una clavija, desde la que continué en clavada a la izquierda otros 6 ó 7 metros. La exposición era terrible. Al final de la travesía me hallaba colgado de una knifeblade, puesta en una dudosa laja, pero un paso de skyhook en una pequeña repisa me llevó metro y medio más arriba. Después de estar ahí, colgado de un pequeño estribo, durante al menos 20 minutos, decidí colocar un buril (bastante malo, por cierto, ya que la diorita podrida se descascarillaba al perforar). Aquel sería nuestro bolt número 38, y último! Treinta metros más arriba alcancé el “Igloo”, una pequeña cueva-repisa de suelo arenoso que está a unos 100 metros de cumbre.
Este fue uno de los largos más duros que he hecho jamás. Pero tan solo un largo más en aquella difícil pared.




Chouinard en el último largo

A la mañana siguiente la naturaleza nos sonreía. El sol del este nos calentaba con sus rayos, y cortaba el crispado y limpio aire de la zona. Mientras, el blanco panorama de la “High Sierra” se dibujaba esplendoroso ante nosotros, de de noreste a sureste, bajo un bello y azulado cielo de fondo. El Half Dome, visto como nunca, presenciaba sublime con una nueva capa blanca sobre su pelada cabeza. Gozamos como nunca al ser recibidos por aquella magnífica mañana. Gran belleza, y grandes expectativas de triunfo, y el calor de la cercana cumbre, hacían correr aceleradamente la sangre por nuestras venas.
Todo a nuestro alrededor desprendía el exquisito esplendor de estas amigables montañas, y se añadía a nuestro gran regocijo. Como dijo John Harbin una vez: “Semejante belleza, transforma la satisfacción en alegría pura”
Seis horas después conseguíamos superar las últimas dificultades, y nos estrechábamos las manos en la cumbre… felices como paganos.

Los paganos en la cumbre: Tom Frost, Royal Robbins, Chuck Pratt e Yvon Chouinard (de izquierda a derecha)

Traducción del libro: "The Vertical World of Yosemite" de Galen Rowell, editado en 1973

2 comentarios:

Javi L. dijo...

Muy guapo!

Menudas aventurillas se marcaban, qué espíritu más guapo

Anónimo dijo...

Hola:
navegando por la red he visto tu blog, me he parado para descansar y lo he explorado, me gusta mucho. Ahora continuo mi viaje. Cuando quieras ven a ver mi blog.
Ciao.

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